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Los tenistas y las redes sociales

19/02/2013

Las redes sociales y los abusos virtuales a tenistas suponen una lacra destacable de las nuevas herramientas de comunicación instantánea. Tener al alcance de unclic la posibilidad de conversar con una figura pública no siempre representa un ejercicio provechoso, viendo cómo cada vez son más los deportistas que denuncian este tipo de tratos o se ven forzados a abandonar, temporal o definitivamente, algunas plataformas interactivas.
Las redes sociales representan un nexo entre el profesional y el aficionado.
Un canal de comunicación relativamente directa que multiplica las opciones de interacción con los referentes deportivos. Sin embargo, no todo el mundo emplea estas herramientas para mantenerse informado de las últimas novedades, enviar apoyos a sus figuras favoritas o simplemente observar en determinadas personas esa faceta alejada de los terrenos de juego. Hay quien va un paso más allá, se adentra en el terreno de comentarios despectivos y se concede la licencia de atacar de manera indiscriminada con la barrera que supone el anonimato o el simple hecho de no estar cara a cara con la persona puesta en la diana, en este caso deportistas profesionales.
En un artículo publicado en The New York Times, la canadiense Rebecca Marino explica cómo los irrespetuosos ataques a través de la red afectaron a su rendimiento deportivo. Siendo una mujer que absorbía hasta lo personal las malintencionadas palabras, afirmar haber llevado ese peso en pista y dado su carácter curioso haber sido incapaz de reprimir los impulsos por saber qué se decía de ella. Estuvo siete meses sin jugar el pasado año y, según relata el diario norteamericano, llegó a buscar trabajos fuera del tenis. Unas horas atrás anunciaba su decisión de apartarse de las redes sociales durante un tiempo, procediendo a borrar sus perfiles en Facebook y Twitter. "Muchas gracias a mis seguidores por su apoyo. Este será mi último comentario en Facebook, dado que en breve borraré mi cuenta. Gracias por el aliento. Simplemente necesito despegarme de las redes sociales por un tiempo, y la mejor forma de hacerlo es eliminar mis perfiles en Facebook y Twitter. Gracias por vuestra comprensión.Soy consciente de que por cada comentario malo hay muchos buenos, de modo que os doy un gran GRACIAS por vuestras palabras, apoyo y positivismo. Vosotros (mis fans, amigos y familia) soy los que me dais fuerzas para seguir".
Estos hechos suelen cobrar mayor repercusión cuando el afectado otorga cierto protagonismo al abusador, siendo quizá esto lo que aquél busca. Sus palabras son tomadas en consideración de inmediato por centenares de seguidores. Quizá constituya un error de raíz dar mínima luz a quien merece permanecer en la más oscura de las sombras (este artículo es una muestra de ello). No hay, según dicen, mayor desprecio que no hacer aprecio. Pero al mismo tiempo la víctima de estos ataques puede sentirse en la necesidad de hacer ver a los demás las acciones reprobables que viene sufriendo. Hay que ponerse en la piel de aquéllos que reciben según qué comentarios a saber con qué frecuencia. Hablamos de personas con decenas de miles de seguidores, siendo la probabilidad de recibir maltrato verbal más elevada que en el caso del usuario medio.
¿Alguien piensa que Serena Williams, que acumulaba diez triunfos consecutivos ante Victoria Azarenka, solamente recibió felicitaciones por su ascenso al número 1 a pesar de perder la final de Dubai con la bielorrusa? Tampoco es complicado imaginar qué clase de comentarios salpicaron días atrás el muro de Rafael Nadal tras perder la final de Viña del Mar, sobre tierra batida, tras ganar haber ganado el primer set, ante el 85 del mundo.
¿Qué beneficio obtiene un jugador por estar en las redes sociales? Una cara más amable de cara al aficionado. Quizá una sensación de cercanía respecto al espectador. Un tinte humano, tal vez, que permita observar a diminutos trazos la persona que se encuentra detrás del competidor. En este sentido, además, se antoja una buena maniobra de relaciones públicas dotar de carne y hueso a perfiles cuya impresión más frecuente de cara al gran público son sus robotizados desempeños de competición.
Seres humanos con un estilo de vida ajetreado, con viajes continuos y compromisos numerosos, es normal que disfruten en sus periodos de descanso interesándose por los mensajes enviados por los aficionados. Pero como vemos, con cierta frecuencia dista bastante de ser un ejercicio reconfortante.
Pero qué motiva este tipo de reacciones? ¿Qué lleva a una persona a perder los papeles hasta el punto de sobrepasar los límites del respeto hacia personas que ni siquiera conoce? ¿Por qué se insulta, o incluso amenaza por perder un partido de tenis? El historiador italiano Carlo Maria Cipolla tenía una definición que parece ajustarse a esta circunstancia. Clasificaba a la población en cuatro categorías: inteligentes, desgraciados, bandidos y estúpidos. En relación a este último grupo, decía lo siguiente: 'Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna'. La premisa parece dar una explicación convincente al tema, pero hay otros planteamientos que encajan en este escenario. Y es que los iracundos comentarios suelen llevar un componente económico como causa de estas reprobables prácticas. 
Las apuestas deportivas y el tenis son dos realidades que caminan entrelazadas. El mercado es creciente. Cada vez se pueden seguir por internet más torneos profesionales. Desde la final de un Grand Slam hasta las primeras rondas de torneos modestos. Eso es una gran señal para el aficionado, dotado de una cobertura visual tremenda al alcance de su mano. Eso, también, es una oportunidad para apostar (y perder) dinero en un abanico muy amplio de eventos. La vía directa que representan las redes sociales para con los protagonistas del deporte, una autopista para el abuso virtual. 
"Ellos suelen decir, 'tiraste a la basura el partido, me has costando tanta cantidad de dinero, deberías prender en el infierno' o incluso 'deberías morir'" comenta la canadiense Marino en The New York Times. Huelga decir nada sobre los comentarios.
El tenista de origen bosnio Amer Delic comentaba el pasado verano que en su país, tras la Guerra de los Balcanes, la ausencia de oportunidades laborales empujó a mucha gente a este tipo de actividades, y dio fe de haber recibido abusos a través de las redes tras sus encuentros. "Ocurre, es una realidad. Sabía que era algo que iba a suceder cuando ingresé en Twitter. Lo mismo pasó en Facebook o en cualquier otro lado. Simplemente es lo que es, porque son las redes sociales y esa es la manera en que funcionan".
En una disciplina individual, donde la acción gira alrededor de una persona y no de un equipo, la crítica malsana queda fuertemente concentrada de manera irremisible, siendo el blancos de los comentarios un único individuo, con el consiguiente lastre psicológico que ello puede conllevar.
Uno de los casos que recientemente despertó una atención más intensa tuvo como víctima a Jo-Wilfried Tsonga durante la segunda semana de febrero. Octavo jugador del mundo, el tenista galo venía de abrir la temporada firmando unos cuartos de final en el Open de Australia donde exigió hasta cinco parciales a Roger Federer. Un tenista de élite forzando la máquina ante los referentes de la disciplina.
Días más tarde disputaba el torneo de Rotterdam y enfrentaba en primera ronda al local Igor Sisjling, el número 77 del mundo. El francés es un gran competidor bajo techo, otorgando mayor confianza en los apostantes. Tras ceder el encuentro, el competidor de Le Mans recibió diversos reveses verbales, uno de los cuáles incluía un grosero componente racista que desató su indignación.
Algunos deportistas sacan la bandera blanca cansados de este tipo de acciones optando por abandonar herramientas potencialmente constructivas echadas a perder por unos pocos. Hay quien ha llegado a cruzar directamente comentarios reprobando los mensajes recibidos. Otros deciden poner en conocimiento de todos las malas artes de que son objetivo, tratando de multiplicar así las críticas al infractor. 
Una triste circunstancia inherente a las posibilidades comunicativas del mundo actual. ¿Cómo se le pone freno? ¿Ignorar un problema le resta peso y ayuda a que desaparezca? ¿Ponerlo en la escena pública puede convertir la anomalía en algo observado y reprimir el impulso de sujetos malintencionados? Déjanos tus impresiones en la sección de comentarios.

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